jueves, 2 de octubre de 2008

La Comisión del Insulto

La reunión de la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados de ayer se convirtió por unos momentos en un plató telecinquero. Fue tal la falta de respeto y educación de uno de sus miembros que me veo obligado a dedicarle una entrada al tema. Resulta que la diputada de UPyD, Rosa Díez, defendía una proposición no de ley de su partido que proponía acabar con la subvención por mailing (envío por correo de papeletas a los domicilios de los ciudadanos por iniciativa privada de los partidos políticos), ya que esta se abona sólo a los partidos que consiguen formar grupo parlamentario. Ésto, según el partido al que representa la diputada, crea una desigualdad entre los partidos con grupo parlamentario y los que no (no olvidemos que la ley electoral hace más difícil a algunos partidos el obtener grupo propio), y por ello abogaron por su suspensión. Pues bien, CC presentó una enmienda según la cual la subvención no debía eliminarse, sino que debía concederse a todo partido con representación parlamentaria. UPyD aceptó la enmienda por considerar que acabaría con la desigualdad que pretendían solucionar.

Y en esto que José Andrés Torres Mora, diputado del PSOE e "ideólogo de Zapatero" (que ni ideología propia tiene, al parecer), aprovechó su intervención para descalificar con argumentos más personales que políticos a Díez. La acusó de tener escaso crédito personal, de ser una oportunista, de dañar los intereses de la democracia, y coló un discurso sobre lo buena que era la actitud de su partido en materia de terrorismo porque sí, porque había que sacar rendimiento de los dos minutos y medio. La diputada se acogió a un artículo del reglamento que permite pedir la palabra por alusiones, y dijo lo obvio: que no estaba dispuesta a permitir que nadie le diera lecciones de democracia ni que se pusiera en duda su crédito personal. Porque se supone que a una comisión del Congreso se va a debatir sobre ideas, no sobre lo buena o mala que es la gente.

Díez también se quejó de no haber sido protegida por el presidente de la Comisión, Alfonso Guerra, que debería haber reprendido al diputado socialista. Guerra no sólo no se disculpó sino que atacó a la diputada sin piedad. Le dijo que más amparo que permitirle defender lo blanco y lo negro no podía darle, como si fuera competencia suya darle permiso a nadie para defender sus ideas en la Comisión. Señor Guerra, ese permiso lo conceden los votantes. En cambio, la labor de moderar el debate y defender a cualquier diputado que vea agredido su honor si es parte de su trabajo. Rosa Díez podía haber echado mano de alguno de los variados insultos que recoge nuestro idioma y Guerra no hubiese dudado en llamar su atención. Pero, a la hora de la verdad, demuestra que barre para casa como el que más.

Y en esas estamos hoy en día. A nadie le importa si se defienden ideas buenas o malas, ni desde que posiciones se defiende una u otra idea. Se va a lo fácil, a utilizar argumentos personales de dudosa educación y veracidad para hundir al rival, conscientes de que, como en cualquier programa de Telecinco, el insulto siempre queda grabado en la memoria en detrimento de cualquier razonamiento. No es la primera vez que a esta diputada se le falta al respeto en el Congreso, pues ya lo hizo el propio presidente no hace mucho. Y éstos son los que nos gobiernan. Pena de país.

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